Mi tío Pedro (el Yeclano para
muchos de los que le conocieron) nos dejo en la época oscura de este año, con
la tranquilidad de un hombre bueno. Plasmaré alguno de los múltiples recuerdos.
Entre semana en ocasiones, pocas,
venía a casa a comer, cuando era miércoles, que viene mi nieto con sus padres.
Se daba la coincidencia que eran el mayor y el menor de mi familia (separados
por más de 85 años), había una conjunción especial entre ellos. Mi tío dejaba
el cayado y la gorra, cuidadosamente en una silla del salón, Al rato el
pequeño, con mucha delicadez cogía el garrote y la gorra, se la ponía, y
suavecito se acercaba a mi tío, sentado en el sofá, se apoyaba en él, como para
solicitar permiso, observar esos segundos maravillosos que sin decir nada, pero
con una alegría en sus ojos, se lo decían todo, se entendían y disfrutaban, me
llenaba de alegría y está grabado en mi corazón.
Acabada la comida y habiendo
hecho una pequeña siestecita en el sofá, que nos ha venido bien a los dos,
acompaño a mi tío a su casa, con par de descansitos, los dos besitos de rigor
cuando nos despedimos, y a casa.
Un día feliz.
Es otras ocasiones hemos
compartido algún viaje en autobús a comer gambas, con el Club, en unas mesas
largas, generalmente una por autobús. Bastantes mesas, un día conté 12, ya que coincidimos
comensales de varias localidades.
Me preguntaban por él, con mucho
cariño y admiración. Había sido su capataz en diversos trabajos agrícolas.
Según me comentaban les había enseñado mucho y tratado bien. Era una persona
amable, callada pero efectiva para ellos y para el trabajo. Con múltiples
anécdotas en días de sol o de lluvia.
Después de estas comidas hay
baile. A mi tío y a mí no nos ilusiona,
buscábamos un sofá cerca para descansar y reposar la comida, siestecita
incluida.
La vuelta en autobús, lo
acompañamos a su casa y fin del día.
Completo por un bienestar
compartido.